el cine que devuelve la virginidad para, gozosamente, perderla poco después

4.2.14

mujeres, prostitutas y actrices sexuales, ¡no es lo mismo!

Mujeres, prostitutas y actrices sexuales, ¡no es lo mismo!

A veces se compara, erróneamente, a las actrices sexuales con las prostitutas. Veo algunas diferencias, en especial, creo que la diferencia entre las mujeres, las prostitutas y las actrices sexuales tiene que ver con el nivel de pudor, intimidad, exhibicionismo y entrega.

Son tres niveles de pudor, intimidad, exhibicionismo y entrega.

La mujer corriente, por lo general, mantiene una gran reserva de pudor y se mantiene bastante alejada del exhibicionismo. La mujer, generalmente, no comparte su intimidad sino en las ocasiones en las que siente tal deseo, ya sea por amor o por lascivia, y el simple hecho de citar el dinero sería ofenderla. La mujer corriente jamás accedería a tener sexo con alguien por dinero, haría de su cuerpo algo que no tiene precio y que entrega como un regalo a quien ella quiere, no a quien la quiera, la desee, aunque pague una fortuna. Es una forma de ver el sexo digna y respetable.

La prostituta es una mujer que generalmente se exhibe más, para captar al cliente, pero luego mantiene un relativo recato, un cierto pudor con éste, y con los demás hombres y mujeres, pues lleva a cabo el cometido sexual acordado en la intimidad. Aunque se trate de una transacción comercial hay un sentido de la intimidad que se mantiene, y que comparte con la mujer corriente. La prostituta comparte su intimidad, mediando el dinero, pero se reserva el control de su imagen, no vende su imagen al público, alquila su cuerpo por un tiempo pero conserva su imagen para sí misma, y de lo que suceda no queda testimonio, ni rentabilidad económica futura. La prostituta está dispuestas a ciertas prácticas sexuales, tampoco a todas por lo general, pero en la más estricta intimidad y recato, guardándose su desnudez e imagen lo más posible, que entrega fugazmente, como su cuerpo. La prostituta cobra lo acordado, ahí se acaba todo, y no vuelve a entregar nada más ni a recibir nada más, pero no se verá asociada a una imagen evidente sino que incluso si en el futuro fuera menospreciada por haber sido prostituta no quedaría ningún testimonio sino que quedaría todo en la malsana, verdaderamente pervertida imaginación de sus detractores. La prostituta,  por vilipendiada que sea, como la mayoría de las mujeres, no ha hecho un espectáculo público de su desempeño sexual sino un modo de vida, más púdico, por comparación que el de la actriz sexual.

La actriz sexual es la más exhibicionista de todas las mujeres, se exhibe indefinidamente, se expone sexualmente por completo, y como imagen se vende por completo, indefinidamente y a todo el mundo. La actriz sexual está dispuesta a que las prácticas sexuales que desarrolle, sola o en compañía, sean filmadas, está dispuesta a, mediando igualmente el dinero, convertirse en una imagen que podrá contemplar cualquiera, incluso en cualquier época posterior, y por esto puede recibir beneficios económicos incluso décadas después de haber sido filmada. La actriz sexual se entrega como imagen, y como esa imagen sigue circulando puede recibir beneficios económicos, al igual que puede recibir menosprecios por la imagen filmada. La actriz sexual puede ganar a la larga más dinero que la prostituta por el mismo tiempo y práctica sexual, gracias a la difusión, enorme, de la imagen, pero también se ha expuesto más y si con el tiempo quiere vivir otra vida esa imagen no podrá borrarla, ya no le pertenece, vendió su imagen. La actriz sexual hace de su desempeño sexual un gran espectáculo público, una imagen que se puede comercializar indefinidamente, más allá del tiempo y el espacio concreto en que aquello sucedió. La actriz sexual no revela su misterio a un hombre concreto, sino a cualquiera, hombre o mujer, llevando el exhibicionismo al paroxismo total.

El exhibicionismo, junto al recato, forman parte de lo femenino, al igual que de lo masculino, pero en la mujer quizá cobran mayor protagonismo. La mujer en cierto modo poco menos que debe exhibirse o insinuarse para que los hombres, ávidos observadores de la anatomía femenina, veamos que es una mujer, y que es mejor que otras. La mujer, en cierto modo, está obligada a guardar cierto recato también porque si da la sensación de ser muy accesible posiblemente pierda bastante interés para el hombre, habituado a los desafíos. Si la mujer parece fácil la conquista por parte del hombre tiene poco mérito. No creo, de todas formas, que el hombre conquiste a la mujer, sino que la mujer es la presa que escoge al cazador, pero que el hombre necesita creerse el conquistador, a ser posible incluso de tierra virgen. La mujer corriente no es especialmente exhibicionista pero procura hacerse notar como mujer, vestir por ejemplo con ciertos colores, prendas, más o menos ceñidas para que se intuya su cuerpo, maneja el lenguaje corporal y el tono de su voz, e incluso directamente su tacto, para mostrar mayor o menor interés hacia tal o cual hombre en concreto. De vez en cuando puede poner toda la carne en el asador y enseñar, por ejemplo, más que de costumbre, ceñirse más, coquetear más abiertamente, pero por lo general, incluso entonces no lo hará ante mucho público, a no ser que realmente tenga una naturaleza bastante exhibicionista, o muy poca fe en su atractivo y posibilidades. El calificativo, poco políticamente correcto, de "calientapollas" suele ajustarse a estas provocadoras que van calentando al personal, usando la pesca de arrastre, van al bulto pero seguras de que alguien picará si van enseñando toda la mercancía posible, más que la competencia. Y aún así, estas mujeres provocativas, se sentirían ofendidas si mediara el dinero, quieren sexo, o quieren amor y sexo, pero gracias a su capacidad de seducción o atractivo, no piensan en términos económicos, sino lúbricos o románticos, puede que más en amoríos y romances en realidad, o buscando el amor por el lado más improbable de encontrar, quién sabe. La mujer corriente se entrega en una intimidad buscada, deseada, amada, sin más. Y el dinero no forma parte del asunto.

Por otra parte, la prostituta se exhibe más que la mujer corriente por lo general en la manera de vestir, y su coqueteo también será más evidente, además el cliente no tiene dudas, porque el cliente sabe a lo que va y la prostituta también, pero pone un precio porque se trata de un trabajo, de un negocio, y sin embargo su exhibicionismo acaba ahí, de repente la prostituta y el cliente se comportan, exceptuando el dinero y la falta de lazos previos, sentimentales, o de una casual atracción, como si fueran una pareja sexual, y por tanto se retiran, como suelen hacer las parejas, a la intimidad, donde suceda lo que suceda queda entre ellos dos. La prostituta se ha hecho notar como mujer, ha puesto toda la carne en el asador, ha dejado claro que está disponible, ha puesto un precio, y ha accedido, pero bajo unas normas de intimidad determinadas, por un tiempo determinado, fugazmente. La prostituta se entrega en una intimidad acordada, mediando el dinero.

Por último, la actriz sexual se exhibe más que la mujer corriente y la prostituta, pues en su caso media el dinero, y vende la propia imagen de lo que suceda con su sexualidad, a solas o en compañía. La actriz sexual amplifica lo que la mujer corriente haría con su amante, amorío, o pareja, ganando dinero como la prostituta pero sin intimidad alguna, la actriz sexual cobra precisamente por lo que la prostituta no vende, que es la posibilidad de contemplación y disfrute de quienes no estaban allí, de quienes no formaban parte del hecho sexual. Vende la imagen, ya que la experiencia no puede venderse, cosa que hace la prostituta y no hace la mujer corriente, que la ofrece. La mujer corriente se entrega como un regalo, gratuitamente, la prostituta se entrega, fugazmente, mediando el dinero pero sólo a alguien, la actriz sexual se entrega, indefinidamente, a cualquiera porque se convierte en una imagen, en movimiento.

Son tres mujeres distintas. Algunas mujeres, a lo largo de sus vidas han vivido de las tres maneras distintas, pero sin duda son tres maneras distintas de ser mujer y de concebir y vivir la propia sexualidad. Lo mismo podría decirse, a grandes rasgos, de los hombres, la prostitución masculina y los actores sexuales, pero ciertamente soy un hombre, y además en el imaginario colectivo se alaba o critica más a la mujer, a la prostituta y a la actriz sexual, y más en tiempos que se dicen provenientes de la libertad sexual, el feminismo, la paridad, la igualdad...  Existe ya un cine porno para mujeres, o proclamado así, y algún documental sobre las mujeres que pagan por sexo, pero no nos engañemos, el mundo es mundo, la mayoría de las veces el cine porno es para hombres y la prostitución también. Sin embargo, me parece que no es todo lo mismo, que todo es digno en realidad, pero curiosamente goza de mayor prestigio la actriz sexual que la prostituta, sencillamente porque es económicamente más rentable. Por otra parte, a veces me planteo cómo debe ser la verdadera vida sexual del hombre corriente para que nunca haya habido paro en estas profesiones. Quizá, entre otras cosas, la permanencia e incluso auge tanto de la prostitución como del cine sexual revelan que la supuesta liberación sexual no fue sino una ganga para quienes ya estaban en cabeza pero más bien un desastre para muchos otros.

En cualquier caso, he querido dejar algunas cosas claras, porque aunque defiendo en realidad por igual el cine sexual que la prostitución libremente elegida, me parece que hay diferencias, para bien, mal o regular, entre ellas. Al final, de todas formas, cada mujer, según su grado de recato, exhibicionismo, pudor, entrega, que se exprese sexualmente como sienta. (Además quizá así sea el verdadero feminismo, que cada mujer escoja su camino, su forma de vivir la sexualidad, y su vida). Algunos, por no decir muchos, disfrutamos de este exhibicionismo y miramos, en una perfecta simbiosis entre exhibicionistas y mirones. En realidad, por lo general, el cine sexual es la exacerbación total del exhibicionismo femenino, suprimiendo todo recato y añadiéndole ingentes (o pueden serlo) cantidades de dinero, para el disfrute del voyeurismo o mironismo masculino, lo que no quiere decir que sea la exacerbación de la feminidad, en la que también hay un grado de pudor, recato, de reserva, y de entrega más o menos selectiva, por lo general, pero ya hace tiempo alguien definió el cine porno como un cuento de hadas para adultos.

Y hay cuentos que son muy, pero que muy, bonitos, incluso con final feliz.

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